Por Agustina Blaquier
Soy un hombre transparente que busca una mujer invisible para hacer cosas nunca vistas.
Así se presenta un señor en una app de citas. Lo leo otra vez porque me intriga la elección de palabras.
Invisible.
Me pregunto si se habrá dado cuenta. Quizás solo le pareció genial la temática de la visión, o falta de, y eligió invisible pensando que quedaba bien. Podría ser, habría que darle el beneficio de la duda. Podría decirse a su favor que no es fácil destacar en una aplicación, que uno hace lo que puede para tratar de sobresalir.
Al final pienso que más que una casualidad me parece una bandera roja tamaño tribuna de cancha. En lugar de apretar la X que lo mandaría al infra mundo de los perfiles descartados, empiezo a pasar las fotos, esperando encontrarme no sé con qué. Alguna explicación lógica, algo que lo salve. No aparece nada para redimirlo. ¿Se sentirá gracioso? ¿Pensará que es ocurrente? ¿Creerá que las mujeres que lo ven aparecer en sus pantallas lo encontrarán irresistible?
Empiezo a masticar respuestas. Me doy cuenta de lo que estoy haciendo y me digo a mí misma: ¡Basta! No lo hagas.
También pienso que podría mandarle un mensaje y preguntarle: Che, ¿de verdad te funciona eso?
°
Hace un par de semanas escuché un podcast de una entrevista a una psiquiatra experta en adicciones. Explicaba que la dopamina es un neurotransmisor relacionado con la adicción, que produce la sensación de placer y actúa sobre el sistema de recompensas del cerebro. Cuando una persona consume una sustancia adictiva, el cerebro libera dopamina, lo que refuerza el comportamiento de consumirla. El problema es que con el tiempo el cerebro se vuelve menos sensible a la dopamina, por lo que cada vez se necesitan dosis mayores para sentir el mismo placer. Mientras la escucho pienso que el hedonismo entonces es una filosofía innatamente contradictoria que contiene su propia destrucción, y que en definitiva no se puede ganar nunca: la vida está diseñada para sufrir.
Lo otro interesante que dice la psiquiatra es que el consenso científico actual incluye categorías nuevas, como la adicción a las pantallas y a las redes sociales, y también a ciertas conductas.
Quedé tan trastornada con la entrevista que en cuanto terminé de escucharla eliminé Instagram y Facebook del teléfono. Ya que estaba también borré la app del New York Times, que usaba casi exclusivamente para jugar al Wordle y a un anagrama al que cada día le estaba dedicando más tiempo. Había llegado hasta la categoría AMAZING.
Unos días después me mensajeo con mi sobrina, que me muestra una conversación que está teniendo con otra persona. El chat me resulta perturbador, sobre todo por el tono con el que la otra persona le habla. Me pregunta: ¿qué le contesto? Yo siento cómo la furia me empieza a trepar desde la boca del estómago y estoy por decirle qué contestar, pero me doy cuenta y me freno. Le digo que lo deje, que no le conteste más, que no vale la pena. No leo el último intercambio que me manda porque sigo endemoniada y necesito bajar. Después voy a Google y descubro que la adrenalina también estimula la producción de dopamina.
En esos días me junté a comer con unas amigas nuevas que me dio la vida adulta. Una de ellas venía haciendo un uso muy activo de la app con resultados satisfactorios. Nos mostró capturas de pantalla para confirmar. Otra amiga contó que a ella le había parecido un desastre, que la oferta era patética y que a la semana se había bajado. Yo me reí y le dije que seguro estaba exagerando como siempre, que no le creía y que me mostrara alguna prueba; como toda respuesta nos mostró una foto de un señor muy feo que le decía por mensaje privado:
He visto un ángel, ante tanta muchedumbre, he visto tu rostro, sos tan hermosa que tu interior brilla a la distancia y sobresale los demás.
Nos miró seria y yo pensé: la fiscalía descansa.
Decidí bajarme la app de todos modos. Subí un par de fotos, contesté algunas preguntas y me fui a dormir.
A la mañana siguiente amanecí con una catarata de notificaciones. Me sorprendió la cantidad y pensé que debía ser la estrategia de marketing, fabricar muchas interacciones de entrada para enganchar a los nuevos clientes. Empecé a leer y me encontré con algunas incongruencias. Por ejemplo:
Francisco, 25, titiritero.
Decía: Ey, qué linda.
Algo no cerraba. Estaba segura de haber puesto el rango de edad arriba de 50.
Más jóvenes no; yo quiero ser la linda en la contienda. Entré a la ruedita de configuración y vi que abajo del selector de edad había un botón para permitir o no que igual gente fuera del rango te contactara.
Empecé a eliminar mensajes y perfiles y me apareció una foto que creí haber visto antes. La abrí y me encontré con lo siguiente:
He visto un ángel, ante tanta muchedumbre, he visto tu rostro, sos tan hermosa que tu interior brilla a la distancia y sobresale los demás.
Los errores de redacción y las comas en los lugares equivocados me produjeron tanta violencia como la cursilería del texto y el copy paste. Me sentí habilitada a maltratarlo, pero me reprimí. Desde que descubrí la dopamina estoy entrenando la gestión eficiente de recursos. Lo hago con un esfuerzo descomunal ya que no hay nada que me atraiga más que una provocación. Soy una adicta. Cada uno consigue su subidón donde puede.
Al hombre transparente lo vi en la pantalla otro día, a las seis de la mañana, porque me desperté sobresaltada de un sueño feo y no tenía Instagram para ver videos de perritos hasta volverme a dormir.
Pensé en mandarle el mensaje preguntándole si le funcionaba esa estrategia tan idiota, pero lo imaginé contestando: Acá estás, nena.