Por Ivana Steinberg
Mirá si te parezco un gordo boludo, dice por chat un tipo al que nunca vi en persona y a quien tenía cierta ilusión de conocer. Me empiezo a preocupar por cómo sonará su voz.
Pienso que gordo por sí sólo no es nada, lo mismo boludo, pero la conjunción (¿el conjuro?) invoca un gesto, una vestimenta, una mirada, un pensamiento, una voz. Sí, hay una voz de gordo boludo y parece que la voz, para mí y para todas las mujeres que habitan esta tierra, es concluyente. Una búsqueda rápida en internet tira frases como que para ellas, el deseo empieza por el oído.
Uno de los hombres de los que no me enamoré arrastraba las vocales cuando decía algo durante el sexo. ¿Te gustaaaa? Si al menos hubiera incluído un objeto directo para el verbo gustar. Con eso sólo habría sido totalmente otra cosa. Nunca le dije esto a nadie, pero en ese momento, además, necesito que la voz sea firme, pero tal vez también suplicante. Que suene como si estuvieran haciendo algo más: comprando café, gritando un gol, que parezca que con una parte del cerebro están calculando cómo mejorar un Excel o planeando el adobo de un chancho. Que mientras tanto igual me agarren fuerte, con desesperación, que me digan lo que va a pasar, lo que está pasando. Que si me hacen una pregunta sea específica: ¿Te puedo sacar una foto?
Llueve sin parar hace cuarenta y ocho horas. Ayer no salí en todo el día. Los víveres se terminan. Son las 15:08 del sábado. Uno de mis hijos me sube al cuarto un plato de moñitos. Probá. Hice una salsa con las sobras del osobuco, dice. Yo estoy con la toalla en la cabeza y escribo sin levantarme sobre lo que me gusta que me hagan en la cama. Me siento una mala madre y una vaga de mierda. Además tengo que ir a ver a mis compañeras de secundaria. No quiero ir, pero ya confirmé y el encuentro es a diez cuadras.
La juntada de egresadas parece una reunión de alcohólicos anónimos.
Cada una cuenta su vida y al final el resto aplaude. Las historias son parecidas. La mayoría nos emparejamos jóvenes, tuvimos hijos y nos separamos. Muchas de las que nunca se mudaron de San Martín tienen robos en su narrativa. Se repiten los hombres violentos, los tiros, los hijos grandes, la separación y la restitución del orden inicial con un hombre que la mayoría califica como el amor de sus vidas.
Casi todas pasaron por angustias y excesos después de separarse. Mara, la que es psicóloga, dice que al menos una vez en la vida nos divertimos mucho y que eso se llama duelo maníaco.
Le digo a Silvana, una que tengo sentada al lado, qué lindo tantas historias de amor. Me pregunta si estoy con alguien. Me separé, le digo. Ella dice que va a pensar a quién me puede presentar. Que los famosos son un plomo. Silvana es productora de televisión. Le digo que mejor si no es famoso. Ella me mira con seriedad y dice que todos sus conocidos son famosos. ¿Y seguís en la agencia?, dice después. No. Tampoco. Nos callan porque va a contar su vida Rosana Candia. Pienso si habrá algo más de loser que buscar trabajo y novio al mismo tiempo.
Rosana Candia cuenta que el padre de sus hijas tuvo una relación paralela durante cuatro años, que la otra mujer la llamaba durante las noches de lluvia y le decía ¿no te da miedo estar sola en la tormenta?
Carina Márquez, que sigue teniendo el pelo largo hasta la cintura, arranca su parte con una pregunta: ¿Sabían que Marcelo se mató con la moto?
Sabíamos.
Fue una noche que me vino a buscar. Habíamos vuelto a vernos, pero ahí ya estábamos de nuevo separados. Yo me escapé. Por los techos.
Dice que Marce la quería mucho, demasiado.
Daniela Betty se aclara la voz para contar que estuvo quince años con uno dieciocho años menor, seis años con otro quince años menor, y que ahora lleva siete con el actual, apenas diez años menor. Que sí, que es músico también. Que ella vive con sus cinco gatos negros. Que el mayor de los cinco ya tiene veinticuatro años y que conoció a todas sus parejas. Todas hacemos cuentas mentales. Silvana le pregunta si puede contarnos cuál fue el rockero más famoso al que se curtió.
Son todos del Metal. ¿Def Lepard ubican? Bueno el bajista. ¿Los Sex Pistols?, el batero. Sigue con una lista de nombres y bandas que no conocemos.
¿Y alguno nacional?
Tengo de Rata Blanca, Riff, V8, Hermética. Se ríe.
Silvana inclina el torso hacia Dani, interrumpe la lista: ¿Y seguís teniendo ese culo impresionante?
Estoy algo chocada, dice Dani. Después se para y da una vuelta completa.
Algunas chiflan, aplaudimos, Liliana Keer canta la canción del mundial, festejamos como si el culo de Daniela Betty fuera la bandera de nuestra generación.
Analía Calles dice que Norbert, el que trabajaba en la Aduana, con el que tuvo a los dos varones, desapareció del mapa. Que podría ser que anduviera en la falopa o fuera un estafador. Que se reencontró con un novio de la adolescencia y que ahora viven en Villa Las Rosas donde hicieron cabañas para alquilar en un terreno lindero.
La conversación por un momento es sobre sucesiones y escrituras porque en Córdoba no hay posesión, dice Analía. Yo no quiero hablar de leyes, ni de trabajo, ni de política. Solo quiero escuchar historias de amor y desamor. Voy al baño a mirar el celular. Tengo mensajes del contador mentalmente agendado gordo boludo, del cocinero y del guitarrista.
Dale, sí, escribo.
Cuando vuelvo, Miriam Marino está contando que en la aseguradora conoció a este cliente, un entrenador de perros, con el que tuvo a Pablo.
Cuando lo conocí le dije que no, que no, y que no, y recién a la cuarta vez le dije que sí. Para ellos el No es muy seductor, dice y revolea su pelo lustrado, de seda.
Tiro el celular al fondo del bolso como si Miriam Marino pudiera auditar mi scoring de Sí. Lo vuelvo a agarrar y abro la foto que mandó Guadalupe Maties al grupo de Whatsapp. Estoy en primera fila, las piernas cruzadas, con las medias bordó subidas hasta la rodilla, el pelo largo. El jumper minifalda y una camisa celeste con buena caída. Llevo la corbata bordó con el nudo flojo, igual que Sisi. Estamos las dos mirando a cámara, serias y rodeadas de las otras tres chicas malas con las que nos relacionábamos exclusivamente. Parecemos una banda de soft metal, la versión femenina de Scorpions. Todas tenemos el pelo con frizz y enorme. En esa época no existían los tratamientos de alisado. Debe ser el último día de clases. Es un día precioso en el patio del colegio parroquial.
Ya no hay chicas malas ni escalafón. Ahora todas tenemos el pelo fino y seco. Menos Miriam Marino, que parece tener no solo el secreto sobre los hombres, sino sobre un pelo hermoso.
La carita hecha. Tal vez más que un secreto sea algo carísimo, dijo después Sisi cuando le conté sobre la juntada a la que no pudo ir porque no tenía ganas.
Algunas no se separaron. La dueña de casa, por ejemplo. En un momento viene su marido. Insiste con sacar una foto grupal. Ya son las diez de la noche. No va a ser rápido que todas se acomoden. Me quiero ir. El tipo se ve como un padre, o como un viejo. En realidad se ve más como una vieja. Tiene más o menos nuestra edad, tal vez unos años más. Pienso si todos los maridos terminarán así, como madres, secos.
Quiero encontrar esa frase de Kureishi basada en Ana Karenina sobre los matrimonios felices. Como no la encuentro, escribo mi propia versión: Todos los matrimonios felices se parecen porque no existen.
Conozco todas las razones que justifican la institución del matrimonio indisoluble: es un sacramento, un juramento, una promesa, todo eso. O un compromiso profundo e irrevocable tanto en un principio como en una persona...Pero no recuerdo exactamente la fuerza y los detalles de la argumentación. ¿Hay alguien que sí?
"Intimidad" (1998)