Por Hilario González
El puente de Soler queda en la calle Ciudad de la Paz. En Dorrego termina Soler y nace Ciudad de la Paz. El puente está entre Dorrego y Santos Dumont, sobrevolando hacia Belgrano las vías del Ferrocarril Mitre que va a José León Suárez y la calle Concepción Arenal. La gente dice que el puente conecta Palermo con Belgrano y Colegiales. Pero el puente está en Palermo. Ni en Belgrano, ni en Colegiales. Y del otro lado del puente sigue siendo Palermo.
Una vez supe que el puente tenía nombre. Según un registro de mi memoria, se llama “Adán Buenosayres”, pero no encontré dato en google que lo confirme. No confiaría para nada en esa información que tengo en la cabeza.
El puente está cerrado desde hace un año y tres meses por una obra de mantenimiento. Son obras de cierta complejidad porque involucran la cuestión estructural. Hay tres cosas que asustan de las obras. Una de ellas es justamente cuando se menciona la cuestión estructural, otra es cuando tiene que ver con higiene y seguridad del trabajo porque involucra a los sindicatos y la otra es cuando se roza el tema de riesgo de incendio. Al amparo de estos temas, nada puede ser tomado con liviandad. Nadie va a decir que el puente aguanta, así como está, pero el puente aguanta así como está otros cien años más.
Acá viene una descripción del puente que no robé de Wikipedia pero tiene el estilo.
Construido a principios del siglo pasado, hasta los años sesenta funcionó solamente para el tránsito de tranvías que cruzaban sobre las vías del tren. El puente de estructura metálica salva una distancia de 52 metros entre sus bases de ladrillo visto. Se trata del puente típico de las construcciones ferroviarias de la época de los ingleses, conformado por vigas de celosía desarrollando un pintoresco reticulado de perfiles y barras de acero con uniones roblonadas y pocas soldaduras.
Cuando se terminó la época de los tranvías, el puente fue adaptado para la circulación vehicular. Por eso tiene varias capas sucesivas de asfalto sobre una losa de hormigón. Y el tránsito fue limitado a vehículos con un porte menor a 2,10 metros y 4 toneladas. En uno de los costados el puente tiene una pasarela peatonal, originalmente de tablones de madera de durmientes, que luego fueron reemplazados por losetas de hormigón armado. El peso de esas adaptaciones, sumado al paso del tiempo justifica la necesidad de un reacondicionamiento de la estructura de sostén del puente.
Pero hay un conflicto entre el Gobierno Nacional y el de la Ciudad, que seguramente será por quién pone la tarasca. Indagando, me informo que además hay trabas burocráticas administrativas. La reparación del puente debe hacerse sobre las vías del Mitre y por eso tiene que pasar por varios organismos nacionales que tienen que dar su visto bueno. Por si fuera poco, el cambio de gobierno en la ciudad y en nación, la falta de presupuesto y la paralización de la obra pública, es decir, la coyuntura, como se decía en una época, hace presumir que va a estar cerrado por mucho tiempo más.
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Debo haber atravesado ese puente más de diez mil veces, caminando y en auto y también corriendo.
Me crié a tres cuadras del puente, en Cabildo y Santos Dumont. Del lado que la gente dice que es Belgrano o Colegiales, aunque es Palermo. En la adolescencia me mudé a dos cuadras, pero del otro lado, sobre Soler, cuando eso eran los arrabales de Palermo Viejo. A los treinta me casé y me fui del barrio, pero mi vieja quedó viviendo ahí. Me mudé otras tres veces siempre dentro de distintos Palermos y hace cosa de cinco años volví a la casa de mi adolescencia sobre Soler. Ahora le dicen Palermo Hollywood.
Entre 1972 y 1977 vivía jugando en la calle. De los ocho a los doce años me juntaba en la cortada de la calle Savio, que vendría a ser la continuación imaginaria de 3 de Febrero al costado del Regimiento de Granaderos. Integraba una bandita de quince o veinte pibes de mi edad. En la cortada Jugábamos a la pelota, a la escondida, a la mancha FISA, a la bolita, a cachurra monto la burra. Jugábamos con los autitos rellenos de plastilina que tenían una cucharita a modo de tren delantero para ir en línea recta. Nos trenzábamos en guerra de piedras o de ruleros con los canutos de los paraísos. Andábamos en bici o skate (se llamaba patineta) según la moda del momento.
Un día indefinido de esa niñez que parecía eterna, uno de los pibes vino corriendo y gritando que había un muerto en las vías, bajo el puente de Soler. Eso fue mucho antes de que Stephen King escribiera la novela en la que se basó la película Stand By Me. Cruzamos Cabildo en malón, agarramos Santos Dumont y doblamos corriendo en Ciudad de la Paz. Subimos la escalera de la parte peatonal del puente y desde ahí vimos lo que no había que ver. Fui uno de los primeros en llegar. Ya estaban los bomberos. Todavía no habían tapado al muerto. Se veía
un charco de sangre espesa y pesada como pintura roja muy oscura. A un par de metros del cuerpo había una cabeza, suelta, perfecta y barbuda sobre los durmientes.
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Entrando en la adolescencia me mudé a la casa de Soler. La escuela, mis amigos y todas mis actividades habían quedado del otro lado del puente. Cruzarlo era cosa de 3 o 4 veces de ida y vuelta todos los días. La escalera para el cruce peatonal tiene un recorrido más corto que la rampa de coches, por eso hay que caminar por una parte que queda medio arrinconada. Es una encerrona muy propicia para asaltos o más bien aprietes de todo tipo. En esa época no había robos, pero estaban de moda las patotas juveniles. En la base del puente, del lado de Dorrego, estaba la patota de Cimino. Varias veces me hicieron bullying cuando volvía del colegio. Bromas que se fueron poniendo más picantes porque yo creía que no reaccionar era una forma de pasar desapercibido o no alterar el equilibrio presa-predador. Me amenazaron con empujones, con patadas, con amagues de navajas. Para el que conoce el barrio, la opción de ir por Santa Fe no era menos peligrosa. En la vía (antes del viaducto Carranza se cruzaba por un paso a nivel), estaban los de Maguila apostados en las baranditas que simulan un zigzag para que la gente que cruza mire a ambos lados. Aunque eran menos, eran más borrachos y más persistentes en su asistencia. Los de Cimino a veces no estaban en su puesto y por eso prefería arriesgarme por el puente. Volver en lo oscuro de la madrugada era un plomazo. Muchas veces pedía quedarme a dormir en la casa de algún amigo o tuve que cruzar corriendo por la rampa de los autos.
En la canchita donde iba con mis amigos había otra patota: los de Juancho. Con ellos nos llevábamos bien. Jugábamos a la pelota casi todas las tardes. Un día cayó Cimino con los suyos a copar la parada. Sabíamos que era cosa de diez minutos para que empezaran las trompadas. Como si fueran líderes vikingos, Cimino desafió a Juancho a pelear. Empezaron a los puñetazos, siguieron a las patadas, terminaron a los cinturonazos. Juancho lo destruyó a Cimino. Lo tuvieron que levantar entre dos y se lo llevaron sangrando, con la cara hinchada y envuelto en amenazas.
A los pocos días tuve que pasar por el puente. Cimino me saludó con un movimiento de la pera y les dijo a los demás que se corrieran. Estaba todo machucado todavía. Lo saludé con la V de la victoria y con la peor cara de perro malo que me salió. Se ve que ese día que lo cagaron a palos él o alguno de los suyos me había visto con los de Juancho. A partir de ese día, no tuve más problemas para cruzar por el puente. Sabían mi nombre, pero me decían Juanchito.
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El puente de Soler, que queda en Ciudad de la Paz, está cerrado hace muchos meses. No sé qué pelea falta entre el Gobierno y la gente. El puente es una parte de mi historia, pero además es un nexo entre barrios. Quisiera que lo arreglen o que lo dejen como está y lo abran al paso, que si no, hay que dar muchas vueltas para llegar a ver gente amiga que vive del otro lado.